domingo, 13 de noviembre de 2011

SPANDA LA ENERGIA

La energía es el principio único y la causa sin causa de todo. Es a la vez causa eficiente y material del universo, puesto que ella lo crea todo de sí misma, y aparece a la vez como una energía consciente. No se trata de una fuerza bruta sino de la energía del ser mismo, que es una fuerza inteligente.
Todo es energía y esta energía es consciente.
Al empezar la menor diferenciación en la Conciencia suprema entre los dos aspectos sujeto y objeto (dualidad), se crea una tensión, una vibración que recibe el nombre de spanda. A medida que la noción de objeto empieza a cobrar autonomía, se va acentuando la polarización, hasta que llega al punto de tener existencia separada. Pasa por diversos grados de manifestación (o estados de conciencia), hasta que en el punto máximo de tensión, la vibración o spanda, concretada en un punto infinitesimal, estalla y empieza a expandirse dando origen al universo. (Similar a la teoría del big-bang).
A medida que la energía-conciencia Absoluta se expande como materia, en esa proporción se contrae como energía y como conciencia.
El principio creador, la energía Absoluta, es el aspecto dinámico e inmanente, que no pierde a su vez, su aspecto trascendente y estático al convertirse en el universo que va creando.
La Conciencia Absoluta es la causa de la manifestación, el sostenimiento y la disolución del universo. Por su soberanía, la conciencia despliega el universo sobre sí mismo. Un Universo múltiple, por la diversidad de sujetos y objetos que va manifestando y se van adaptando mutuamente.
El universo manifestado no es un efecto o un producto distinto de la conciencia misma. Es ésta que se va contrayendo, limitando, desde su estado supremo. Ella acepta esta limitación para convertirse en el universo.
Autonomía designa el estado de liberación.
Cuando se da la separación del objeto sin relación con el sujeto, es decir, cuando su conciencia de sí se objetiva y se separa, la conciencia cósmica, Absoluta, sufre los efectos de Maya, de lo impermanente. Lo que ocurre aquí es que todos los atributos divinos, que eran infinitos y absolutos, perfectos, sufren la misma contracción; pero no desaparecen.
La eternidad, al contraerse, se convierte en el tiempo; la omnipresencia y simultaneidad, en el espacio y la sucesión causal; la voluntad Absoluta se convierte en deseo limitado; la omnisciencia en conocimiento parcial, y la omnipotencia en una capacidad limitada de acción. La misma conciencia queda convertida en la mente individual, y con esto vemos que el ser absoluto se vuelve un sujeto individual limitado preso en el tiempo y en el espacio, con todas las cualidades limitadas que nosotros poseemos, un aparato psíquico con intelecto, ego y mente, sentidos de percepción, órganos de acción y materia.
Por su sobreabundancia, la energía Absoluta juega a manifestarse como el universo y luego vuelve a su estado original. La energía que se transforma en materia y la materia en energía. Esta vuelta al estado original, este punto de retorno, no es un plano físico sino dentro del individuo, es la clave de todo camino interior. Tal retorno empieza en el momento en que se despierta en el individuo la misma energía consciente, que se encuentra en todos los seres en estado latente. La energía residual de la creación.
Este despertar es la fuerza que impulsa el despliegue de la conciencia hacia su estado originario, la conciencia absoluta. Tal estado es la liberación definitiva. Los seres liberados trascienden toda limitación de espacio, tiempo o causalidad. Estando en vida, alcanzan la perfección, y aunque sigan existiendo en una realidad múltiple, y esté sujeto todavía a un cuerpo, en virtud de esa visión unitaria, ve su cuerpo, el mundo y todo lo que le rodea como una expresión de la conciencia suprema, es decir, de sí mismo.
La vivencia final de la iluminación es un reconocimiento de nosotros mismos como ese ser inalterable y eterno. Es lo que hemos sido siempre. Es la condición primordial del ser humano y el destino del hombre como especie: El Conocimiento del Ser.
Al conocerlo, el sabio no habla ya de nada más. Juega en el ser, se deleita en el ser mientras realiza su trabajo. Habita su cuerpo como un espectador tranquilo y desapegado, aunque vive en el cuerpo es eternamente libre. Aquel que sabe esto (que el universo es idéntico al ser), mira todo el mundo como un juego (de lo Absoluto) estando siempre unidos (a la conciencia universal), sin duda se libra en vida.
Esta experiencia del ser no aleja ni desconecta del mundo, por el contrario, al recobrarse el sentido de unidad, la percepción de la realidad en cualquiera de sus niveles y el contacto con los demás seres humanos se vuelven mucho más profundos.